Cómo cuidar la ropa: minidiccionario para que nos dure má

2022-10-27 10:49:05 By : Mr. Franky Zhong

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El primer paso, el de comprar poco y bien, ya lo tengo medio controlado. ¿Cómo hago ahora para que esa ropa me dure mucho tiempo? Nuestra jefa, Marta D. Riezu, responde.

Lo más importante ya lo cumples: la voluntad de que dure. La sostenibilidad no es una tendencia pasajera por la que nos ha dado ahora a cuatro tontos. Existe desde hace siglos con otros nombres: responsabilidad, moderación, cuidado. Es un pacto entre la calidad y el respeto. La voracidad nerviosa, premiarse con un antojo barato, desechar como si nada: todo eso sí es una moda reciente.

A finales de los ochenta apareció la fast fashion, obsesionada con ofrecer una oferta abundante, incesante y barata. ¿Cómo? Mediante un sistema de producción de respuesta rápida, inventarios dinámicos y decisiones modificadas en tiempo real. Los precios pueden mantenerse bajos estrujando a los proveedores y produciendo en países en desarrollo con condiciones laborales pésimas. La fast fashion democratizó el estilo, argumentan algunos. Pero lo único que consiguió es cambiar nuestra percepción de la ropa, devaluada hasta presentárnosla como desechable. Es una idea perversa que lleva a una relación disfuncional con nuestro armario: algo debe ser abandonado no porque no sea útil sino porque ya no es tendencia; porque nos lo han visto puesto, porque no tiene un valor social.

Ese es el reto: volver a ver cada prenda o accesorio como algo valioso, como una herramienta que nos acompaña en nuestra evolución, como una inversión a largo plazo.

Guardar la ropa de forma organizada y cuidadosa contribuye a su longevidad y a una buena visibilidad, clave a la hora de decidir rápido cada mañana y saber con qué contamos. La ropa, siempre en perchas buenas (terciopelo o madera) e iguales entre sí. Ese engendro de las tintorerías solo sirve para el traslado; se guarda y se devuelve para que la vuelvan a usar. La lana y el punto, mejor doblados que colgados. Es útil organizar por tipología (pantalones, faldas, abrigos) y por color. Las camisetas, dobladas y en vertical (el método Marie Kondo), como si fuesen carpetas de archivos. El peso de los vestidos muy largos a veces daña los hombros; pueden colgarse apoyados en dos perchas paralelas, de forma que una libere un poco el peso de la falda. Es útil reservar un pequeño espacio del armario o un burro despejado para ese limbo de prendas —aka la montonera— que hemos vestido un día pero todavía no están sucias.

No los que sustraen el último yogur: los que van a cuatro patas. Bueno, los viernes de madrugada las fronteras se desdibujan. El amor perruno y gatuno compensa ampliamente el follón que dejan tras de sí. Siempre les interesa el mejor cachemir, la manta cara, los zapatos buenos. Jamás mastican un zapato duro y feo. Debería halagarnos: huele a nosotros y eso les fascina y calma. Tenerlos entretenidos y pasear mucho con ellos les hace menos ansiosos. Las precauciones son las obvias: proteger lo más importante como si fueran los papeles del Pentágono, bien lejos de su alcance; cambiarse justo al llegar a casa; cepillar su pelo regularmente para que no pierdan tanto; tener rascadores para gatos; tener rollos adhesivos en el coche, en el trabajo y varios en casa (si se ha acabado, los guantes de fregar húmedos también atrapan los pelos).

Una buena lavadora es una gran inversión. A mí me costó años entenderlo. Era eso o un viaje a Italia. Maldecí al señor que la trajo e instaló (pero le di buena propina). Con el paso de los meses vi la diferencia abismal. Programas cortos, delicados, versátiles, siempre agua fría (especialmente las manchas de sangre), siempre separando tandas por colores. No es en absoluto necesario gastarse mucho dinero en detergentes caros, ni es necesario poner mucha cantidad. Los líquidos mejor en carga frontal, en polvo para carga superior. Tampoco uso nunca suavizante; cambia la textura natural de los tejidos, que es la interesante. A cambio hay que planchar las prendas sin demora. Para lavar a mano se puede emplear un poco de champú suave (siempre que no tenga tintes ni aceite de eucaliptus).

Nos han dicho que para ser limpios hay que lavarlo todo casi a diario. Mentira. No por haber vestido algo ya está instantáneamente sucio. Lo único que hay que enjabonar con gran escrúpulo es lo que dicta la sensatez: la ropa donde ha caído una mancha, la ropa interior, la deportiva, la infantil, la de cama, la blanca. La que está en contacto estrecho con el cuerpo. Mucha ropa se desecha antes de lo deseado por los daños causados por el lavado excesivo: colores desteñidos, deformaciones o encogimiento. Cuatro motivos de peso para lavar mucho menos: por el ahorro de agua, porque la ropa no lo necesita, porque así se mantiene perfecta mucho más tiempo y porque cada lavado de menos evita que los sintéticos desprendan micropartículas, que se sumarían raudas a las nueve toneladas anuales de plástico que acaban en el océano cada año. Tres palabras mágicas: ventilar, vapor, cepillo.

Si nos ha pillado la lluvia a traición, secar por fuera los zapatos con un paño, aflojar los cordones para que respiren (o sacar la lengüeta en el caso de las zapatillas deportivas) y dejar secar en un interior, pero sin poner en el radiador (estropea) ni sol directo (encoge). Llenar el interior con papel de seda o periódico arrugado para absorber la humedad, e irlo renovando cada poco rato.

Hay que actuar rápidos como la centella. Si la prenda es delicada: directa a la tintorería, sin dudarlo un segundo. Y una buena, en la que confiemos, que es donde también llevaremos las lentejuelas, los bordados y encajes artesanos, los plisados y el tul. Si la mancha puede lavarse en casa: mojarla al momento con un poco de jabón, vinagre blanco o fairy. Si se tiene quitamanchas, probarlo antes en la parte de debajo de la prenda, por si daña el color del tejido. En casos extremos, se puede teñir la ropa de un color más oscuro, o quitarle la parte insalvable (convertir una camisa con una manga manchada en un chaleco, por ejemplo).

El enemigo. Tener siempre protección reciente; si pusiste unas bolitas perfumadas hace tres años ya están más tiesas que la mojama. En el caso de prendas importantísimas, guardarlas en una funda especial que no retenga la humedad (jamás la de plástico de la tintorería) y, por qué no, dejar fuera una prenda de lana hecha polvo destartalada a modo de anzuelo —un McDonald’s polillero—, para que si se cuela alguna vaya directamente allí.

Rotundamente no. La detesto, destroza la ropa. Lo mejor es secar en plano y al aire libre. Pero en lugares con mal tiempo, humedad, familias numerosas, enfermos o personas mayores en casa, niños y adolescentes —o sea, casi todas las familias— puede resultar muy útil. Nunca usarla para nada que apreciemos de verdad, solo para la batalla diaria: sábanas, toallas, ropa de deporte. Los filtros de la lavadora y la secadora deberían limpiarse cada pocos lavados, sin esperar a que dentro haya un fraggle de pelusas, y un técnico puede revisarlas y cambiar la goma y la resistencia cada 15 meses aproximadamente.

Ya sé que casi nadie lleva. Una lástima, porque es un placer. Para los de lana: quitarles el polvo y suciedad con un cepillo especial rígido pero suave, empleado solo para ese fin. Los panamá: la paja toquilla es muy delicada, así que se lava solo a mano con jabón neutro y agua. Para darle forma si ha formado alguna arruga, emplear vapor (¡a distancia! La plancha jamás debe tocar el sombrero). Antes de guardarlo en la sombrerera, que es donde debe reposar, comprobaremos que la fibra esté flexible y no cruja al presionarla, señal de que le falta humedad. En ese caso pulverizamos con un poco de agua mineral (una amiga loqui emplea agua termal, como la del rostro) y dejamos secar al aire libre antes de guardarlo.